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miércoles, 29 de febrero de 2012

Caperucita Roja de Triunfo Arciniegas.



"Ese día encontré en el bosque la flor más linda de mi vida. Yo, que siempre he sido de buenos sentimientos y terrible admirador de la belleza, no me creí digno de ella y busque a alguien para ofrecérsela. Fui por aquí, fui por allá, hasta que me tropecé con la niña a la que le decían Caperucita Roja. La conocía pero nunca había tenido la ocasión de acercarme. La había visto pasar hacia la escuela con sus compañeros desde finales de abril. Tan locos, tan traviesos, siempre en una nube de polvo, nunca se detuvieron a conversar conmigo, ni siquiera me hicieron un adiós con la mano. Qué niña mas graciosa. Se dejaba caer las medias a los tobillos y una mariposa ataba su cola de caballo. Me quedaba oyendo su risa entre los arboles. Le escribí una carta y la encontré sin abrir días después, cubierta de polvo, en el mismo árbol y atravesada por el mismo alfiler. Una vez vi que le tiraba la cola a un perro para divertirse. En otra ocasión apedreaba los murcielagos del campanario. La ultima vez llevaba de la oreja a un conejo gris que nadie volvió a ver.
Detuve la bicicleta y desmonte. La salude con respeto y alegría. Ella hizo con el chicle un globo tan grande como el mundo, lo estallo con la uña y se lo comió todo. Me rasque detrás de la oreja, patee una piedrecita, respire profundo, siempre con la flor escondida. Caperucita me miro de arriba abajo y respondió a mi saludo sin dejar de masticar.
-¿Que se te ofrece? ¿Eres el lobo feroz?
Me quede mudo, si era el lobo pero no feroz. Y solo pretendía regalarle una flor recién cortada. Se la mostré de súbito, como por arte de magia. No esperaba que me aplaudiera como a los magos que sacan conejos del sombrero, pero tampoco ese gesto fastidioso. Titubeando le dije: 
- Quiero regalarte una flor, niña linda.
- ¿Esa flor? No veo porqué.
- Esta llena de belleza- dije, lleno de emoción.
- No le veo la belleza- dijo Caperucita-. Es una flor como cualquier otra.
Saco el chicle y lo estiro. Luego volvió una pelotica y lo regreso a su boca. Se fue sin despedirse. Me sentí herido, profundamente herido por su desprecio. Tanto, que se me soltaron las lagrimas. Subí al bicicleta y le di un alcance.
- Mira mi reguero de lagrimas.
- ¿Te caíste?- Dijo-. Corre a un hospital.
- No me caí.
- Así parece porque no te veo las heridas.
- Las heridas están en mi corazón- dije.
- Eres un imbécil.
Escupió el chicle con la violencia de una bala.
Volvió a alejarse sin despedirse.
Sentí que el polvo era mi pecho, traspasado por la bala de chicle, y el rió de sangre se estiraba hasta alcanzar a una niña que ya no se veía por ninguna parte. No tuve el valor para subir a la bicicleta. Me quede toda la tarde sentado en la pena. Sin darme cuenta, uno tras otro, le arranque los pétalos a la flor. Me arrime al campanario abandonado pero no encontré consuelo entre los murciélagos que se alejaban al anochecer. Atrape una pulga en mi barriga, la destripe con rabia y esparcí al viento los pedazos. Empujando la bicicleta, con el peso del desprecio en los huesos y el corazón desmigajado que una hoja seca pisoteada por mil caballos, fui hasta el pueblo y me tome unas cervezas. "Bonito disfraz", me dijeron unos borrachos, y quisieron probárselo. Esa noche había fuegos artificiales. Todos estaban de fiesta.Vi a Caperucita con sus padres debajo del saman del parque. Se comía un inmenso helado de chocolate y era descaradamente feliz. Me aleje como alma que lleva el diablo.
Volví a ver a Caperucita días después en el camino del bosque.
- ¿Vas a la escuela?- le pregunte, y en seguida me di cuenta de que nadie asiste a la escuela con sandalias plateadas, blusa ombliguera y faldita de juguete.
- Estoy de vacaciones- dijo- ¿O te parece que este es el uniforme?
El viento vino de lejos y se anido en su ombligo.
- ¿Y que llevas en el canasto?
- Un rico pastel para mi abuelita. ¿Quieres probar?
Casi me desmayo de la emoción. Caperucita me ofrecía pastel. ¿Que debía hacer? ¿Aceptar o decirle que acababa de almorzar? Si aceptaba pasaría por ansioso y mal educado: era un pastel para la abuela. Pero si rechazaba la invitación, heriría a Caperucita y jamas volvería a dirigirme la palabra. Me parecía tan amable, tan bella. Dije que si.
- Corta un pedazo.
Me presto su navaja y con cuidado aparte una tajada. La comí con delicadeza, con educación. Quería hacerle ver que tenia maneras refinadas, que no era un lobo cualquiera. El pastel no estaba muy sabroso, pero no se lo dije para no ofenderla. Tan pronto termine sentí algo raro en el estomago, como una punzada que subía y se transformaba en ardor en el corazón. 
- Es un experimento- dijo Caperucita-. Lo llevaba para probarlo con mi abuelita pero tu apareciste primero. Avísame si te mueres.
Y me dejo tirado en el camino, quejándome.
Así era ella, Caperucita Roja, tan bella y tan perversa. Casi no le perdono su travesura. Demore mucho para perdonarla: tres días. Volví al camino del bosque y juro que se alegro de verme.
- La receta funciona- dijo-. Voy a venderla.
Y con toda generosidad me contó el secreto: polvo de huesos de murciélago y picos de golondrina. Y algunas hierbas que cuyo nombre desconocía. Lo demás todo el mundo se lo sabe: mantequilla, harina, huevos y azúcar en las debidas porciones. Dijo también que la acompañara a casa de su abuelita porque necesitaba de mi un favor especial. Batí la cola todo el camino. El corazón me sonaba como una locomotora. Ante la extrañeza de Caperucita, explique que estaba en tratamiento para que me instalaran un silenciador. Corrimos. El sudor inundo su ombligo, redondito y profundo, la perfección del universo. Tan pronto llegamos a la casa y pulso el timbre, me dijo:
- Comete a la abuela.
Abrí tamaño los ojos.
- Vamos, hazlo ahora que tienes la oportunidad.
No podía creerlo.
Le pregunte porque.
- Es una abuela rica- explico-. Y tengo afán de heredar.
No tuve otra salida. Todo el mundo sabe eso. Pero quiero que sepa que lo hice por amor. Caperucita dijo que fue por hambre. La policía se lo creyó y anda detrás de mi para abrirme la barriga, y sacarme a la abuela, llenarme de piedras y arrojarme al rió, y que nunca se vuelva a saber de mi.
Quiero aclarar otros asuntos ahora que tengo su atención, señores. Caperucita dijo que me pusiera las ropas de su abuela y lo hice sin pensar. No veía muy bien con esos anteojos. La niña me llevo de la mano al bosque para jugar y allí se me escapo y empezó a pedir auxilio. Por eso me vieron vestido de abuela. No quería comerme a Caperucita, como ella gritaba. Tampoco me gusta vestirme de mujer, mis debilidades no llegan hasta allá. Siempre estoy vestido de lobo.
Es su palabra contra la mía. ¿Y quien le cree a Caperucita? Solo soy el lobo de la historia.
Aparte de la policía, señores, nadie quiere saber de mi.
Ni siquiera Caperucita Roja. Ahora mas que nunca soy el lobo del bosque, solitario y perdido, envenenado por la flor del desprecio. Nunca le conté a Caperucita la indigestión de una semana que me produjo su abuela. Nunca tendré la oportunidad. Ahora es una niña muy rica, siempre va en moto o en auto, y es difícil alcanzarla en mi destartalada bicicleta. Es difícil, inútil y peligroso. El otro día dijo que si la seguía molestando haría conmigo un abrigo de piel de lobo y me enseño el resplandor de la navaja. Me da miedo. La creo muy capaz de cumplir su promesa."

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